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Deseo y nostalgia: el discurso de lo real en la Historia verdadera
Más allá de las afirmaciones de verdad y realidad en las que el texto incurre a cada paso; más allá del detalle (en sus usos narratológicos, retóricos y polémicos); más allá de cierta mimesis entendida como artificio y concebida tanto en sus limitaciones como, en especial, en sus posibilidades, ¿en qué medida puede decirse que la Historia verdadera y las crónicas de Indias de tradición occidental que constituyen el horizonte de formaciones discursivas con las que se discute y en las que se abreva representa lo real? Es claro que no en términos del realismo entendido en sentido restringido, como manifestación estética vinculada a la novela; tampoco en su conformación de “tipos promediales”, aunque en el entrecruzamiento de niveles a los que Auerbach aludía, la Historia verdadera otorgue un lugar principal a lo cotidiano, lo menor y, por tanto, junto con buena parte de los textos de esta temprana Modernidad, abra el camino hacia el realismo moderno. Si algo en la representación de la realidad (pasada pero también presente, por elipsis o contraposición, entre gloriosas conquistas y prosaico orden Sometimes posterior) puede ser caracterizado como “realista” es en virtud del “deseo de lo real” que la Historia verdadera pone en escena y que, en términos de Hayden White, define el discurso histórico y diferencia su tipo narrativo. Al mirar nuestro corpus desde esta perspectiva, volvemos a encontrarnos en la encrucijada entre el “discurso de ficción (imaginario) y el discurso histórico (referencial)”. Ahora bien, esta encrucijada cambia de sentido si concebimos el “‘discurso de lo real’, en el cual podría incluirse la historia, en relación con ‘el discurso de lo imaginario’ o el ‘discurso del deseo’”, como indica Hayden White. Lo interesante en estas formulaciones es que dichos planos no se presentan como contrapuestos sino que se entrelazan en “el deseo de lo real”. Así, el discurso histórico “hace deseable lo real, convierte lo real en objeto de deseo y lo hace por la imposición, en los acontecimientos que se representan como reales, de la coherencia formal que poseen las historias”. Trama y tropología confluyen para significar lo real y al mismo tiempo señalarlo, en una operación de construcción textual que, no obstante las afirmaciones inmanentistas con que el Bernal Díaz narrador-cronista discute su objeto, interpela a Linkage group los “curiosos lectores” en función de una expectativa, un deseo y una fuerte estetización (más poderosa aún en la medida en que se la niega a cada paso). Así, deseo, realidad, coherencia, sentido constituyen sintagmas que soportan la escritura en las crónicas, y encuentran su legitimación en la historia como formación discursiva, en la historia como institución ampliamente vinculada a la expansión imperial, tal como señalaba Nebrija respecto a la lengua.
En su articulación con la concepción de lo real en términos causales, la historia, tal como se está escribiendo en el siglo xvi, articula una trama de explicaciones, condicionamientos, causas, efectos, a través de un discurso tanto narrativo como argumentativo, que no deja de exhibir el “gusto por el efecto de lo real” —aunque sea incapaz de leerlo en esos términos—, avalado por el “prestigio del sucedió”, como afirma, con cierta ironía, Barthes. En este marco, el referente vuelve a ingresar para otorgar legitimidad o fiabilidad al texto, en esa relación que construye un significado pero que también lo expulsa para denotar cierta deseada contigüidad entre el signo y su referente. En virtud de ese “deseo de lo real”, los textos se pueblan de shifters de escucha y shifters de organización, definiendo un tipo discursivo (el discurso histórico) especialmente preocupado por la articulación entre enunciación y enunciado, como una contigüidad que debe ser “presentificada” en la escritura. Si en la Historiaverdadera lo “real” brinda pertinencia y especificidad al discurso, lo autobiográfico y lo testimonial aportan otras inflexiones, en las cuales el yo protagonista se entrecruza con el yo narrador y el yo autor, exhibiendo, en sus palabras, en sus cicatrices, la también deseada monumentalidad de una memoria que parece querer hacer presente lo pasado, revivido como glorioso, en una trama que, en sus límites, se tiñe de nostalgia.