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  • Algunos cambios sin embargo estaban llegando para

    2019-06-18

    Algunos cambios, sin embargo, estaban llegando para tener gran influencia. En la Europa nórdica ciertos oscuros eruditos habían empezado order CW069 crear las bases de una ciencia fundamental para la burguesía moderna, la filología clásica, y sobre ella un neohumanismo fundamentado en la resurrección del ejemplo antiguo y en el estudio de sus lenguas, especialmente del griego. En Francia, unos revolucionarios que habían cortado la cabeza a su rey se referían continuamente a ese mundo y sus virtudes, como sucedía también entre los fundadores de Estados Unidos. Tales procesos extranjeros se vieron reflejados entre nosotros, cuando se desplazó la desconfianza hispana y católica y la falta de respeto por la admiración y el deseo de emulación. El abandono de la vieja erudición eclesiástica basada en el latín se vio acompañada por los intentos, que no pasaron de tales, para asignar a los estudios clásicos un lugar preciso en los recientes planes de estudio y de modernizar su enseñanza, al aclimatar la nueva ciencia filológica, donde la enseñanza potenciada del griego se sumaría a la del latín. Se nos ha puesto en guardia hacia la simplista ecuación del latín con el pensamiento conservador y del griego con las rupturas, pero a lo largo de toda nuestra historia dicha ecuación, si no absoluta, muchas veces sirve de guía. Ruptura no sólo en el sentido de una aceptación de las ideas modernas, como nos revela cierto obiter dictum de un estudioso que por tradición familiar estuvo cerca de los estudios clásicos y por vocación cerquísima de la investigación sobre la Independencia: nota Tulio Halperin Donghi que cuando José Joaquín de Olmedo y Gregorio Funes usaron de imágenes clásicas para elaborar el retrato de Bolívar estaban reivindicando para América el “goce directo de una herencia cultural hasta entonces mediada por Europa”.
    La nueva ciencia de la Antigüedad En la reformulación del estudio de los clásicos que los criollos insurgentes pretendían influyó la oleada de libros que la eliminación de los controles aduanales y de la Inquisición permitió entrar, al tiempo que los exiliados también los adquirían: el abuelo del venezolano Gonzalo Picón Febres, que huía de la furia del realista Boves, se refugió en Saint Thomas, donde pudo hacerse de preciosas ediciones de antiguos y modernos. Al volver de su exilio por las guerras, la familia Zárraga, de la ciudad de Coro, trajo “clásicos latinos y griegos y gramáticas hebraicas y caldeas”, que alcanzó a S phase ver Pedro Manuel Arcaya. Renombrado fue el afán criollo de reunir ricas bibliotecas, como las de la andina Mendoza donde el joven Domingo Faustino Sarmiento pudo leer, desordenadamente, a los autores del siglo xviii y “las traducciones de las mejores obras griegas y latinas”. Con las cuales también se topó el extasiado Mariano Egaña, que en carta a su padre desde París enumeraba la gran cantidad de autores que descubría criticando el oscurantismo de la Colonia y proponiéndose llenar con ellos la biblioteca familiar, incluyendo a muchos moralistas grecorromanos. No eran sólo libros: el mismo Mariano Egaña planeaba comprar copias de estatuas antiguas —el Apolo, la Venus, la Diana Cazadora, Ceres, Pan y Baco, Laocoonte— y dudaba de la impresión que causaría entre sus pacatos coterráneos tanto cuerpo sin ropas, porque así se exhibían en Francia las estatuas, como explicaba con cierta sorpresa. La escasez de desnudos coloniales es en efecto llamativa. El interés podía hacernos caer en manos de embaucadores, como aquel “guarda de las medallas del Vaticano” que vendió al gobierno de Buenos Aires “una colección de 1 600 medallas antiguas, muchas griegas, sicilianas, egipcias, gálicas, tesoro único en América y poco común en Europa”. Con más detalle, por la minuciosidad con que nos legó sus documentos y por los estudios que ha merecido, podemos observar la afición hacia los clásicos y a su nuevo estudio de Francisco de Miranda, quien al pasar por Lausana (1788) había ido a buscar a Edward Gibbon, el historiador de la decadencia de Roma, y conversó con él. Que quisiera conocer más profundamente dicho mundo lo muestran las ediciones y traducciones modernas que compraba, de las que sacaba apuntes y reflexiones y anotaba en griego en sus márgenes; viajó a Grecia, probablemente el primer criollo en hacerlo y el único por varias décadas; con razón se ha dicho que con ello da muestras de una afición nueva, que había nacido en Inglaterra. Ahí hablaba largamente con la hermosa Lady Webster “de la Grecia y de sus inmortales y ruinados monumentos que le inspiraban tal entusiasmo en su noble alma que me decía iría conmigo a ver todas aquellas cosas con todo su corazón”. Queda claro por este pasaje que Miranda contemplaba el país del pasado, mientras la Grecia actual, a pesar de lo que se ha dicho, era vista con ojos displicentes.